Un hombre robaba cuerpos de niñas de los cementerios y los convertía en "muñecas"

Un profesor ruso de lenguas desenterraba a niñas fallecidas para vestirlas y convertir sus cuerpos en muñecas. Durante años, vivió con su macabra colección, celebrando cumpleaños y leyéndoles cuentos, hasta que la policía descubrió el horror que escondía su apacible departamento.

Mundo12/11/2025INFOVALLEFERTIL INNOVA CJRINFOVALLEFERTIL INNOVA CJR
1762944780844

Una fría tarde en los suburbios de Nizhni Nóvgorod marcó el inicio del descubrimiento de uno de los casos más perturbadores en la historia criminal rusa. El inspector Igor Vasiliev se detuvo frente al edificio de la calle Akademika Anokhina, donde vivía Anatoly Moskvin, un solitario profesor de historia y lingüística. Nadie en el vecindario sospechaba que detrás de esa fachada anodina se ocultaba un secreto que afectaría a decenas de familias durante más de una década.

Al forzar la puerta del departamento, los agentes se encontraron con una escena dantesca. Un olor a humedad y descomposición impregnaba el aire, mezclado con el aroma del papel viejo. Libros apilados hasta el techo creaban pasillos laberínticos, y entre ellos, sentadas en sillas y sofás, se encontraban muñecas vestidas al estilo soviético. La realidad era aún más macabra: aquellas no eran figuras de porcelana, sino los cuerpos momificados de 26 niñas, meticulosamente transformadas en lo que su captor llamaba su "colección".

QZKPA44FN5D4NBSN32AYBECMBM

Anatoly Moskvin, hombre de aspecto sereno y modales pulcros, recibió a la policía con sorprendente tranquilidad. "¿Por qué están tan alterados?", preguntó mientras los detectives contemplaban con horror la figura infantil que sobresalía entre los almohadones del sofá. Así comenzaba a develarse la doble vida de este intelectual respetado que dominaba trece idiomas y cuyos trabajos académicos sobre folklore eslavo gozaban de reconocimiento.

Los orígenes de esta obsesión se remontaban a la infancia de Moskvin. Según relataría posteriormente a los psiquiatras, a los doce años fue forzado a asistir al funeral de una niña donde los adultos le obligaron a besar el cadáver como último adiós. Este trauma infantil, según los especialistas, sembró en él una relación peculiar con la muerte que se manifestaría décadas después en su comportamiento compulsivo.

Entre 2005 y 2011, las autoridades habían registrado numerosas profanaciones en cementerios de la región, siempre con un patrón similar: desaparecían los restos de niñas entre tres y quince años. El misterio se mantenía sin resolver hasta que una investigación fortuita llevó a la policía hasta Moskvin. Mensajes crípticos y símbolos en lápidas profanadas, solo comprensibles para alguien con profundos conocimientos de paleografía, proporcionaron la pista crucial.

Durante el interrogatorio, Moskvin se mostró sorprendentemente colaborador. "No quise hacerles daño", explicó al detective Nikolai Smirnov. "Solo quería que no estuvieran solas. Cada año, cuando las visitaba, me daba cuenta de que a nadie más le importaban". Su método era sistemático: revisaba obituarios locales, estudiaba las biografías de las fallecidas y frecuentaba los cementerios hasta familiarizarse con su recorrido nocturno.

El proceso de transformación de los cuerpos se realizaba en la cocina de su departamento. Utilizando bicarbonato, clavos y vendas, secaba meticulosamente los restos, rellenaba los torsos con trapos y aplicaba máscaras de yeso o goma sobre los rostros deteriorados. Los vecinos recordarían posteriormente haber escuchado cánticos suaves y cajas de música durante la noche, sin imaginar la macabra realidad que esos sonidos acompañaban.

Entre los objetos incautados, la policía encontró cuadernos manuscritos que documentaban la obsesión de Moskvin. "Mi pequeña, hoy te vi bajo la lluvia. Nadie más dejó flores. Por eso te llevaré a casa", escribió en una de sus páginas. En cartas dirigidas a las familias, aseguraba: "No teman, ella está segura ahora. Les juro que la cuidaré mejor que nadie en el mundo".

La notificación a los familiares de las víctimas representó un segundo duelo traumático. Olga Shkavrova, madre de una de las niñas, expresó el sentir colectivo: "Enterré a mi hija después de la leucemia. Creía que el peor dolor posible era perder a un hijo. Pero cuando me dijeron que había sido robada de su tumba, que su cuerpo pasó años sentado como juguete en una casa de desconocido, no supe cómo seguir".

El perfil psicológico elaborado por los especialistas reveló que Moskvin padecía una variante aguda de esquizofrenia paranoide, con un cuadro obsesivo agravado por traumas infantiles. Los psiquiatras determinaron que su pulsión no respondía a deseos sexuales, sino a una compulsión por negar la muerte y proteger a quienes consideraba abandonadas.

El tribunal declaró a Moskvin inimputable por incapacidad mental, ordenando su confinamiento indefinido en una institución psiquiátrica. La decisión no logró cerrar las heridas de las familias afectadas, que hoy mantienen viva la memoria de sus hijas a través de memoriales y homenajes. El caso permanece como un testimonio escalofriante de cómo la mente humana puede transformar el duelo en una obsesión destructiva, creando un mundo alternativo donde la línea entre el cuidado y la profanación se desvanece por completo.

Te puede interesar
Lo más visto